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TESTIMONIO DEL DR. LUIS SILVA CISNEROS

SENSIBILIZADO, PERSUADIDO Y GANADO POR….

Nací en un hogar donde había amor y atención a los hijos. Mis padres me educaron con las buenas costumbres y principios. Desde muy pequeño siendo un niño impulsado por mis padres e invitado por creyentes en el Señor Jesucristo comencé a asistir a la Escuela Bíblica, con el fin de recibir enseñanzas de carácter espiritual y moral de la Palabra de Dios. Aún siendo de corta edad aprendí cuál era mi condición delante de Dios: “PECADOR”; cuál era la medicina de Dios: “JESUCRISTO”, cuál era el regalo de Dios: “VIDA ETERNA”, así como también, cuál era la manera indicada por Dios para obtenerla: “CREER”. Sin embargo, a pesar de conocer estas verdades Divinas no tomé conciencia cierta de ellas. Siendo ya un joven comencé a probar las cosas apetitosas y atrayentes de este mundo, con lo cual se inició en mi un cierto grado de vergüenza y rebelión por las cosas de Dios. A medida que avanzaban los días, meses y años mi interés por lo espiritual y eterno fue decayendo, de tal manera que ya no quería asistir a la iglesia evangélica ni aprender de memoria los textos bíblicos que me enseñaban. Mi mamá nos estimulaba a mi y a mis hermanos a asistir, pero mi papá hasta cierto punto permanecía indiferente, y pienso que él mas bien nos guiaba a ir a otros lugares para que nos divirtiéramos, no nos enfrentáramos a la verdad de Dios y hasta cierto punto para que no nos enseriáramos con las cosas espirituales, ya que, con esto, él también era tocado y llamado por Dios. Evidentemente había una lucha interior.

 Comenzaron unas reuniones de predicación del Evangelio en Rancho Grande, Puerto Cabello en el año 1961, con dos grandes hombres de Dios: Don Guillermo Williams y el Dr. Neal Thompson, y comencé a asistir, sólo en algunas oportunidades la palabra me tocó el corazón y ya finalizando esa campaña de evangelización, uno de ellos me dijo si quería hablar de mi salvación y le dije que sí, me llevaron a una habitación aparte y abrieron la Biblia y comenzaron a citarme varias escrituras que me hablaban de mi condición deplorable delante de Dios y la solución dada por Dios “Jesucristo”. En esa ocasión viendo yo perdida mi oportunidad de salvarme porque pensaba que ellos tenían en sus manos la palabra mágica, les dije: creo y soy salvo; los hermanos afuera cantaron un himno muy conocido, el cual dice:

Yo se que Jesús murió por mi,                        

Porque la Biblia dice así,

Por todo pecador

                                  

¡Oh que grande gozo!                       

Grande, grande gozo;

¡Oh que grande gozo!

Jesús murió en la cruz por mí

La emoción del aquel momento duró unos pocos días, mis convicciones se fueron desvaneciendo progresivamente. Para ese instante estudiaba 5° año de bachillerato en el Liceo Miguel Peña de Puerto Cabello y fui elegido secretario de Finanzas del Centro de Estudiantes por el partido Acción Democrática. Era estudiante, político y religioso. Producto de la situación política del país, era la época de Rómulo Betancourt, renuncié al cargo estudiantil después de varios meses y a mitad de año me trasladé para terminar mis estudios al Liceo Pedro Gual, en Valencia.

En los meses que permanecí allí solamente asistí a la iglesia una sola vez, tenía vergüenza que me asociaran con el evangelio, no quería orar ni leer la Palabra de Dios y mi conducta indicaba que lo que había sucedido meses atrás había sido una simple profesión de fe sin una verdadera conversión. Esto, junto con “UN VACÍO Y FALTA DE PAZ INTERIOR EN MI VIDA, ME SENSIBILIZÓ Y PREOCUPÓ” en gran manera, de tal forma que yo podía como el salmista decir: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo… mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” Salmos 42:1-2; 63:1. Estando así, comencé a pedir a Dios que me ayudara a conocerle de veras y de todo corazón, y que me guiara al leer las Escrituras, de tal manera que encontrara en ella lo que yo necesitaba para vivir una vida plena, llena de propósitos y metas, con paz interior y además, entender de verdad que significaba CREER. Tenía además otros obstáculos para recibir al Señor, pensaba, “que pasará conmigo al entrar a estudiar Medicina en la Universidad, podré perseverar; y que pasará con mis compañeros y amigos si me convierto al evangelio de Cristo y además un sinnúmero de impedimentos que me ponía el enemigo en mi mente”, pero yo estaba consciente o inconscientemente ignorando las Escrituras, el poder de Dios y las promesas del Señor “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 22:29; 28:20.

Me gradué de Bachiller y me trasladé de nuevo a Puerto Cabello, y en la época de vacaciones comencé a leer el Evangelio de Mateo desde el capitulo 1 en adelante, sin que nadie en mi casa supiera que estaba sucediendo conmigo. Mucho de lo que leía no lo entendía, pero mi anhelo por tener la paz interior y conocer a Cristo como mi Salvador y Señor me hacían perseverar en la lectura. Me recuerdo que llegué al capítulo 13:47-50, donde leí: “El reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será el fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Mi conclusión sencilla fue: No quiero ser como los peces malos ni quiero ser echado en el lugar de condenación. Fui “PERSUADIDO POR EL TEMOR”. Pero, continué leyendo; muy temprano por la mañana del 10 de Octubre de 1962 teniendo ya casi 18 años, oré a Dios, le pedí y a la vez le dije que ese sería el ultimo día para arreglar mis cuentas con él. Todos en mi casa fuimos invitados para una reunión y yo dije: “gracias pero no voy”, porque yo sabía que quedándome en casa era la manera en que, en mi compromiso adquirido con él, yo podía orar a Dios, leer su Palabra y tener un encuentro personal con Cristo.

Estando leyendo el capítulo 20, me impactó y conmovió el versículo 28 que dice: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. En esa oportunidad comprendí y me convenció Dios, de cuán grande había sido el amor de Cristo al venir a este mundo para rescatarme a mí y dar su vida por este miserable pecador, destituido de la gloria de Dios y andando por el camino ancho que conducía a la perdición. En ese instante “GANADO POR EL AMOR DE CRISTO”, le dije al Señor desde lo profundo de mi corazón: “perdona todos mis pecados y entra a mi vida, y a partir de hoy tu eres mío y yo soy tuyo. Un gran peso fue quitado (mis pecados), experimenté una gran alegría y gozo en mi corazón aquella hermosa noche cuando nací de nuevo y comenzó mi nueva vida en Cristo. Han transcurrido 35 años del día mas maravilloso, importante y glorioso de mi vida. He tenido grandes tentaciones y pruebas, pero ni la posición, dinero, fama, y cualquier otra cosa de este mundo son comparables con el mejor y mas grande tesoro “CRISTO”. Cuando narramos este testimonio de como fui alcanzado por y para Cristo, lo hacemos con el vivo deseo de que tu puedas ser ayudado a comprender y llegar a la misma convicción, de que vale la pena recibir y tener al Señor como tu Salvador ahora y por la eternidad. Convirtiéndote y siguiendo a Jesucristo, serás una nueva criatura, con una vida plena, llena de propósitos y metas para la gloria de Dios y el bien de tus semejantes. OJALÁ QUE TU TAMBIÉN, ”SENSIBILIZADO POR EL VACIO Y FALTA DE PAZ INTERIOR, PERSUADIDO POR EL TEMOR DE DIOS Y GANADO POR EL AMOR DE CRISTO O CUALQUIER OTRO ASPECTO”, te arrepientas de tus pecados y lo recibas de todo corazón ahora mismo. Así podrás decir:

Cuán glorioso es el cambio operado en mi ser.

Viniendo a mi vida el Señor,

Hay en mi alma una paz que yo ansiaba tener,

La paz que me trajo su amor.

El vino a mi corazón,

Soy feliz con la vida que Cristo me dio,

Cuando el vino a mi corazón.

Dr. Luis A. Silva Cisneros.

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